“El auto es más silencioso” pensamos. Al cerrar la puerta lo confirmé, éramos tú y yo, cómplices de escapar, yo por no leer y tu por salir de ese lugar con tantas personas.

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El libro se volvió interesante con las voces que salían de tu boca delgada, al igual que el olor a chicle que se sentía en tu respiración cuando reíamos o el aroma de tu cabello desordenado que llegaba como una brisa despertando en mí un deseo de tenerte cerca, y hacer un primer plano de tu rostro, el rostro de una mujer. Tal vez tus largos y delgados dedos que usabas como punteros para guiarme en la lectura, me guiaron a observar tu piel, dulce y aromatizada, agrietada y explorada. En un acto de complicidad conmigo, junté mi mano a la tuya, placer.

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No se empañaron los vidrios del auto como en la película Titanic, pero sí se empañó mi corazón en deseo y exploración.